domingo, 24 de febrero de 2008

La resaca de otros

Hacía una mañana espléndida. El sol brillaba, calentando la tierra húmeda aún por el frío de la noche. En el campo, el verdor se acrecentaba, para deleite de miles de domingueros con niños traviesos. En la playa, la marea baja y el mar quieto invitaban al paseo matutino a los viejos de la zona.


En esos momentos, las camas de los más jóven estaban llenas de vida durmiente. Y la mía no era distinta de las demás. La vía había existido unas horas antes a través de las caretas, en ojos de caras pintadas a juego con indumentarias imposibles lejos del Carnaval.


Pero en las fistas de don carnal se permite todo. Incluso pasarte el domingo embebido en la tele o durmiendo a deshoras la resaca correspondiente.


Esas jornadas dominicales de resacas propias sólo se echan en falta cuando son pasado. Más bien, lo que se añora es la noche anterior, pero la conciencia se toma el domingo por la mañana, cuando el desperador de tu hija suena a las 7.20, igualmente que el resto de los días, ajeno completamente al día de la semana o la resaca de la historia.


Es entonces cuando te viene a la cabeza el tran traído "Un hijo cambia mucho la vida" y que sumerges en la nostalgia de otros tiempos, por los que, siendo sicera contigo misma, no te cambiarías.


Cosas de la vida.
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