sábado, 24 de noviembre de 2007

Para todos los gustos

La treintena depende de cómo se mire.
Tengo conocidos que están en el otro extremo. Algunos incluso son como veinteañeros que se niegan a mirar su DNI y aceptar que eso fue pasado y ahora toca otra cosa. Son, precisamente, los que hace ya varios años comenzaron a quejarse de que no había buenos sitios para salir (de noche, claro).
Son también los que dicen, desde su atalaya egocéntrica y su lógica aplastante, que no quieren tener hijos, si bien la verdad es que tampoco tienen lo básico para ser padres (y me refiero a pareja, sin entrar en mayores debates).
En mi extremo, la treintena se mira desde otra óptica.
Y conste que no me quejo. Pretendo, aunque no siempre lo consigo, ser responsable, es decir, sobrellevar lo mejor que pueda las consecuencias de mis actos. Pero lo veo distinto, qué quieren que les diga.
He pasado de pedirle un cambio a los años a añorar lo que hacía en aquel momento, de tener todo el tiempo del mundo para tomar cervezas y no hacerlo a no disponer de media hora para gamberrear y despatar la sin alcohol (porque con una de las otras ya me coloco).
Y lo más gracioso es que no me cambiaría, que si bien las nochas de asadero son pasado, cuando tengo la oportunidad de rememorarlas, me busco una buena excusa. Sobre todo para que la conciencia me deje dormir. ¿Cómo se pueden compaginar el ying y el yang de los deseos?
Quizá la solución sea la transición y se trate, por tanto, de vivir en el perpetuo ying-yang del quiero y no quiero.