En esos momentos, las camas de los más jóven estaban llenas de vida durmiente. Y la mía no era distinta de las demás. La vía había existido unas horas antes a través de las caretas, en ojos de caras pintadas a juego con indumentarias imposibles lejos del Carnaval.
Pero en las fistas de don carnal se permite todo. Incluso pasarte el domingo embebido en la tele o durmiendo a deshoras la resaca correspondiente.
Esas jornadas dominicales de resacas propias sólo se echan en falta cuando son pasado. Más bien, lo que se añora es la noche anterior, pero la conciencia se toma el domingo por la mañana, cuando el desperador de tu hija suena a las 7.20, igualmente que el resto de los días, ajeno completamente al día de la semana o la resaca de la historia.
Es entonces cuando te viene a la cabeza el tran traído "Un hijo cambia mucho la vida" y que sumerges en la nostalgia de otros tiempos, por los que, siendo sicera contigo misma, no te cambiarías.
Cosas de la vida.
